Papá y mamá se separaron cuando a penas había cumplido 7 años, no me dijeron que a partir de ese momento yo iba a dejar de ver a mamá…
Mis papás se separaron cuando yo tenía 10 años, al cabo de un tiempo empecé a tener miedo de ir con papá…
Cuando papá venía a buscarme me dolía mucho la barriga, luego me lo pasaba bien y cuando tenía que volver con mamá me volvía a doler mucho y cuando se lo contaba se enfadaban mucho los dos…
Estas son algunas de las declaraciones de menores inmersos/as en conflictos parentales, ¿por qué, en ocasiones, perdemos de vista su bienestar cuando nos separamos?
El momento de la ruptura de la pareja es un momento a partir del cual se desencadena una catarata de emociones confrontadas y el deseo de odiar a la persona de la que nos separamos es un reforzador que cobra fuerza y protagonismo en tanto actúa como catalizador de la tristeza. Si esa ruptura se produce sin haber tenido hijas/os, entonces podemos valorar la idea de estar un tiempo indeterminado sin ver a esa persona, o incluso dejar de verla para siempre si así lo deseamos, cambiarnos de residencia porque tenemos la sensación de haber descuidado deseos o aspiraciones que queremos emprender, podemos convencernos de que ha sido un error compartir el tiempo con esa persona o permitirnos derrumbarnos porque nos sentimos la persona más desgraciada del mundo… En cambio, ninguna de estas opciones es válida cuando se han tenido hijos/as.
Desde el mismo momento en que se toma (o no) la decisión de separarse, el estallido emocional personal se desata y nuestras necesidades se disparan de manera descontrolada (salir con descontrol, viajar, destacar todos los aspectos negativos de la otra persona, llorar durante muchas horas, victimizarnos porque las cosas no han salido como soñamos un día…) , en cambio, las necesidades de nuestros/as hijos/as siguen siendo las mismas que el día anterior, desean sentirse seguros/as, seguir viendo a sus amistades, ir al colegio, tener buena salud, alimentarse, jugar, reír, sentir el cariño de su padre y de su madre y poder seguir sintiendo seguridad cuando está con papá y cuando está con mamá.
A veces con decisión y consciencia, otras no, movidas por la rabia y la frustración las personas buscamos la venganza y en esa búsqueda y deseo de venganza hacemos partícipes a las que podemos llamar víctimas silenciosas de nuestro descontrol emocional.
Para poder dar respuesta a las situaciones que vive la infancia inmersa en el conflicto parental empieza a implementarse en España la figura del/de la coordinadora de parentalidad.
El origen de la coordinación de parentalidad lo encontramos en EEUU en la década de los 90 y emerge como respuesta a la frustración de magistrdos de familia que veían como el mandato judicial no resolvía el conflicto así como también fracasaban la mediación familiar u otras vías de resolución alternativa de conflictos o intervenciones profesionales en procesos de separación y divorcio.
La función principal de esta figura profesional es favorecer que padres y madres se centren en los/as hijos/as. Se dota a la familia de herramientas en solución de problemas, se interviene sobre la situación no sobre las personas, cambia la situación, no cambian las personas.
El trabajo se dirige a familias centradas en el problema, el reto de la coordinación de parentalidad está en movilizar el foco de atención de estas familias hacía la búsqueda de soluciones para así poder normalizar su relación coparental.
Las características de padres y madres con alta conflictividad y las dinámicas derivadas del conflicto tienen un impacto sobre la infancia que se encuentra inmersa en este conflicto parental, a mayor intensidad, frecuencia y evidencia del conflicto, más negativo será impacto en los/as hijos/as.
Algunas de las consecuencias más severas que podemos recoger en relación a la infancia inmersa en estas situaciones son:
- Frustraciones prolongadas como el miedo, la inseguridad, vulnerabilidad y conflictos de lealtad.
- El conflicto intenso en los/as niños/as por tomar partido y aumento de manifestaciones de conductas regresivas.
- Riesgo de alienación, pueden tornarse más reticentes a expresar afecto, aumento de conductas agresivas, retraimiento y depresión.
- Desarrollo de sentido de la responsabilidad sobre el conflicto parental.
La coordinación de parentalidad pretende ser un servicio que aporte beneficios, tanto al sistema, dado que estas familias utilizan un alto porcentaje de los recursos judiciales, como a las familias a quien se pretender dotar de herramientas y habilidades necesarias para resolver el conflicto en el que se encuentran atrapadas y poder proteger así a la infancia que está inmersa en esa alta conflictividad parental.
Estefanía Cano Ribas
Psicóloga y codirectora en CAIF, experta en intervención cognitivo-conductual en infancia y adolescencia, mediadora familiar y coordinadora de parentalidad.